Galayos, 9 de la mañana de un domingo cualquiera en verano, hace ya unos cuantos años. Despierto a Víctor y empezamos a prepararnos. Queremos hacer la Sur Clásica al Torreón de los Galayos (170 m, D Sup). Como siempre que venimos a Galayos, vamos yosemíticos, con dos juegos de fisureros, otro de friends con tallas medias repetidas, unas patas de cabra y unos excéntricos (todo entra...), muchas cintas largas, y un estribo por lo que pueda pasar... Por suerte, hace sol, y vamos bastante ligeros de ropa. Calculamos unas tres horas para la vía (muy tranquilamente...), y una hora y media más para aproximar y el rápel. A ver qué pasa.
Para empezar, bajamos desde el refugio, rodeando la Punta Mª Luisa hasta la canal de la Aguja Negra, donde empezamos a trepar con la roca mojada hasta un resalte donde nos pusimos ya los pies de gato. Trepando con mucho cuidado llegamos hasta la base del Torreón, pero tuvimos que esperar un buen rato porque había dos cordadas por delante. Habíamos decidido empalmar largos y alternar en cabeza de cuerda a mitad de la vía. Empezó Víctor con los dos primeros largos que superan el zócalo, pero tuvo que montar una reunión intermedia porque había gente por delante.
Víctor en el tercer largo |
En la segunda reunión habíamos previsto nuestro relevo; para empezar me toca el tercer largo, con una bavaresa protegida con clavos de hace treinta años, hasta una repisa donde estaban los colegas de la otra cordada, y tampoco pude empalmar los largos; recuperé a Víctor antes de continuar la escalada.
"¡¡Haz la foto de una vez!!" |
Aquí comienza el diedro característico de la Sur del Torreón, que también me tocaba a mí. Empecé a escalar, cacharreando por el fondo del diedro, superando pequeñas repisas con algunos pasos atléticos hasta llegar a otra repisita a unos 12 ó 15 metros de la cima. Ya había sacado el estribo en un paso vertical, y aquí lo volví a sacar. Miré hacia abajo, a la repisa donde me aseguraba Víctor y más abajo aún; allá se veía todo el abismo hasta el fondo de la Canal de la Aguja Negra. Con un escalofrío me protegí por la izquierda, metí un fisurero a la derecha, en el fondo del diedro, y pasé el estribo. Probé el fisurero, me colgué de él, y echándole huevos, pero no los suficientes, me subí al estribo. Pero justo en el paso para salirme del estribo, algo ocurre: la cuerda no corre. Pidiéndole cuerda a Víctor y tirando de ella, intenté salir en libre, pero no pude y acabé reventando, así que me bajé a la repisita con la moral por debajo de Víctor.
Primer intento del paso de marras en artificial |
-No puedo, tío... -. Y Víctor que tampoco lo ve claro, pero me anima a intentarlo: en artificial por la izquierda, en artificial por la derecha, en bavaresa por la fisura de la derecha... Pero mi moral ha seguido rodando canal abajo, y lo único que puedo hacer es montar reunión, con la esperanza de que Víctor lo saque. Monto, sube y lo estudia. Son las 18:30, ya no da el sol en la pared y empiezan a formarse algunas nubes; yo estoy temblando, llevo un buen rato parado en la repisa y me he enfriado. Además, desde el desayuno no hemos comido y no traemos nada de comer, ni una triste barrita energética. Hay que salir por arriba, aunque sea en artificial, porque rapelar la vía puede suponernos una odisea... De hecho, al llegar a la repisita Víctor no lo ve claro, y sigue animándome, diciendo que mi cabeza está mejor que la suya (estuvo a punto de matarse en un rápel algunos años antes), y que yo ya he pedaleado sobre cacharros. Entonces, me da dos opciones: llamar al helicóptero (¡Pero Víctor...!), o bien que YO le echo huevos y saco el paso... Después de quince minutos mirando, remirando y pasando frío, le echo huevos: A1 sobre el curvo del 3 y el hombro de Víctor. Un poco más arriba, al salirme del estribo pegué un mal tirón y saqué el empotrador de su emplazamiento, con los nervios y la tensión que ello conlleva (en caso de caída, factor 2 o casi...). Otro poco más arriba y... ¡¡Sí, estoy empotrado!! ¡El paso salió y la vía está hecha! Llego a una pequeña brecha, me salgo ligeramente a la cara oeste para dar un paso por una fisurilla con los pies en placa, y llego a una reunión de espits con chapas verdes después de unos metros de trepada de III. Me anclo, y... ¡¡VÍCTOR!! ¡¡REUNIÓÓÓÓN!!
Víctor a punto de llegar a la cima |
Al rato llega Víctor, radiante de felicidad, y sin más dilación sale a cima. Una zancada sobre un patio impresionante y se monta a horcajadas sobre la cima, se ancla y es mi turno. Remonto fácilmente hasta la zancada donde Víctor había dudado un poco, y miro hacia abajo. “Al loro, qué patio...”, pensé, di la zancada y me subí también a horcajadas sobre la diminuta cima del Torreón de los Galayos. Nos hicimos las fotos de cima, y preparamos las cuerdas para el descenso: un impresionante rápel de casi 60 metros por la cara norte hasta el suelo, otro de 8 ó 10 metros, y destrepe hasta el refugio a la carrera. Una vez allí, abrazo final de cumbre después de 8 horas de escalada, comimos algo y nos relajamos al fin. Tranquilamente recogimos el material, y en una hora de bajada estábamos en el coche.
¡¡Al fin en la cima!! |
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