Para una persona que ha pasado toda su vida practicando alguna actividad física, el placer que proporciona el esfuerzo es algo que está fuera de toda duda. Aunque hay veces que ese esfuerzo no tiene nada de placentero, cuando lo terminamos sí que nos sentimos satisfechos... Largas aproximaciones cargando pesadas mochilas, largas escaladas de sol a sol, largas tardes sufriendo en el plafón, sobre la bici o en la piscina; un par de horas depués de terminado el esfuerzo, nuestro cerebro estará produciendo cantidades industriales de endorfinas, que es la hormona del placer, y nos provocará una gran sensación de placer y bienestar.
Carolina aproximando a la Canal del Pájaro Negro (Peña Santa) |
Pero no me refiero a esto. Me refiero al placer que supone realizar un trabajo físico por uno mismo, en estos tiempos que corren de ascensores, vehículos a motor y comodidades. En la montaña es algo bastante evidente, sólo hay que pensar en los sitios que pisamos, y que llegamos a ellos con nuestro propio esfuerzo. A ese tipo de esfuerzo me refiero; ¿por qué todo el mundo coge el funicular a Bulnes, cuando es mucho más gratificante y mucho más bonito (y mucho más barato) hacerlo por el camino tradicional de la canal del Tejo? ¿Por qué todo el mundo coge el teleférico de Fuente Dé, en lugar de subir los 800 metros de desnivel por la canal de la Jenduda? ¿Por qué rapelamos de muchas paredes de las que podríamos bajar destrepando, invirtiendo más o menos el mismo tiempo? ¿Por qué preferimos escalar cerca del coche, con una aproximación de cinco minutos, en vez hacer aproximaciones de dos horas para escalar? Eso es el progreso, la accesibilididad de todo para todos, la comodidad hasta límites insospechados, ir al WC en coche, y atrofiarnos hasta que no podamos levantarnos del sofá delante de la tele...
Este progresivo proceso que intenta eliminar cualquier esfuerzo o incomodidad a los seres humanos también ocurre en la montaña, como podemos ver. Lo más triste es que, poco a poco, esa mentalidad del mínimo esfuerzo se va imponiendo por todas partes. Pero, por suerte, podemos hacer algo al respecto: rechazar esas comodidades (todas o sólo algunas, cada uno sabrá...), volviendo a una forma de vida más pausada, menos estresante y más cercana a lo que debería ser la existencia humana (según mi opinión). Así, iremos redescubriendo el placer por el esfuerzo que teníamos cuando éramos más jóvenes, y nos daremos cuenta de lo que realmente importa en esta vida: correr, escalar, gritar, hacer cosas nuevas, amar, aprender... en definitiva, VIVIR.
Buenas tardes Pablo:
ResponderEliminarCoincido totalmente contigo, pero las cosas se ven de forma muy diferente con los años.
Mi primera ascensión por la Jenduda fué con 18 años y no me pareció dura. El sábado pasado(22 de Septiembre), subí con mi hijo Pablo(con 18 años). Hacía 35 años que no lo subía, y aunque disfruté muchísimo, me resultó duro, muy duro.
Coincido contigo en que el acercamiento paulatino al objetivo, ver como ese pico lejano y pequeño se va haciendo grande y empinado, es una sensación muy agradable y gratificante. Una sensación que sólamente la tiene quién lo hace. Al igual que otras muchas cosas de la vida, se disfruta más cuando te lo has currado. Aunque cueste, seguiré intentando el acercamiento a pié, aunque cada vez me lleve más tiempo.
Gracias por tu comentario(tienes toda la razón)
Cierto. Es ese esfuerzo y esa satisfación a lo que me refería, y lo que las 'nuevas generaciones' se están perdiendo.
ResponderEliminarAl igual que tú, yo aproximo a pie siempre que puedo, y me resulta mucho más gratificante.
Muchas gracias. Un saludo